Un día escuché a unas chicas hablando de una cosa que se llamaba “sexo”. Yo no sabía qué era pero lo que contaban despertó mi curiosidad.
Cuando llegué a casa fui a la cocina donde andaba trasteando mi abuela. Yo este tipo de asuntos siempre se los preguntaba a mi abuela.
_ ¿Qué es el sexo, abuela?
En mi familia éramos pescadores y siempre había pescado fresco en la cocina. Ese día había dos cubos de agua salada: uno con sardinas y otro con calamares y pulpos.
Mi abuela me dijo que me desnudara y me tumbara boca arriba en la mesa. Cogió los pulpos y los calamares, que seguían vivos, y me los fue poniendo sobre todo el cuerpo. Se me pegaban a la piel con fuerza, como si quisieran devorarme. Me iban recorriendo el cuerpo con el andar de sus ventosas y tentáculos. Llegaban a todas partes, yo intentaba moverme pero estaba paralizada. No quería que se acabara. La humedad. Sitios de mi cuerpo adolescente y tembloroso donde nunca había puesto un dedo, ahora tenían rejos de un pulpo danzando y bebiéndose mi piel. Se abrieron todos mis sentidos. Empecé a suspirar sin darme cuenta. Sentía una mezcla de miedo, cosquilleo y placer. Una vez superada la impresión empecé a sonreír. Fue entonces cuando mi abuela se me acercó al oído y dijo:
_ Eso que estás sintiendo es el sexo.
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